Sorprendentes analogías

Así que, limitémonos a considerar un  cierto momento de intensa circulación de cuentos extraordinariamente antiguos, en esta zona del mundo, en algo así como una masa crítica de cuentos en movimiento, posiblemente a causa de alguna de las migraciones  de pueblos agricultores, que van de un  lado para otro, transmitiendo conocimientos técnicos y… ficciones; ficciones que algo tendrían que ver con ese bullicioso mundo inaugural, como ocurre con todos los universos  narrativos que se han sucedido después, ya sea para validarlos, ya para cuestionarlos. (El más notable sin duda es el de la novela moderna). (6, Me ocupé de esta cuestión específica, el del significado de la novela actual, en mi tesis de doctorado, publicada como La estructura de la novela burguesa (Ediciones JB, Madrid, 1976). De momento, atengámonos a esa lógica comparativa: si dichos cuentos acarrean significados simbólicos arcaicos, junto a indicios  de vida material y de rituales propios de la etapa del asentamiento de las sociedades agrarias -donde y cuando quiera que esto suceda-, es  lógico pensar que recogían de alguna manera las conmociones  y contradicciones de entonces, como ocurre en cualquier etapa de transición.   Ya ven que no me atrevo a decir que es en ese ambiente en el que surgen aquellas historias; ello supondría meter un pie, por lo menos, en la especulación. Prefiero quedarme en lo que indica la mera lógica.

Y miren por dónde, recientes estudios, desde otro ángulo de visión, han venido a corroborar lo que ya intuyeron los Hermanos Grimm. Conviene recordar que estos, tras afirmar el carácter germánico de los cuentos que ellos habían extraído de los pucheros prusianos –con algún gatuperio que se les coló- , acabaron reconociendo que muchas de esas historias ya debían de circular por la antigua cultura indoeuropea,  sin pasar por escritura alguna. Pues bien, el nuevo enfoque habla de “poblaciones indoeuropeas”, cuyas narraciones (se han analizado 250 de ese vasto mundo) “reflejan profundos patrones de ascendencia común, que se remontan a cientos e incluso miles de años”. (7, Está en la primera página del documento que cito en la siguiente nota). Según esa investigación, La Bella y la Bestia, por ejemplo,  tendría una antigüedad de varios miles. Es decir, que debió de producirse una intensa proliferación de cuentos orales en esa determinada época y en esa área determinada.  (8, Las conclusiones de este estudio aparecen en un artículo de la Royal Society, de 20 de enero de 2016. Puede consultarse en  http://rsos.royalsocietypubishing.org/content/3/1/150645. También mi artículo sobre el particular “¿Cuentos de hadas o mensajes del Neolítico?”, en la revista Folklore, de la Fundación Joaquín Díaz, núm. 428, octubre de 2017).

Luego les contaré una versión andaluza de ese hermoso relato, en el que la hija de un jornalero se entrega al “Príncipe Lagarto” para salvar la  vida de su padre.  Pero antes debo contarles otro, de ese mismo rango, más cercano en su simbología al universo mental al que nos vamos aproximando. Como ya tengo cierta práctica en estas lides, sé que las cuestiones teóricas sobre el cuento se entienden mal si no cuelgan de uno de ellos. En este caso, va a ser Juan el Oso, uno de los más antiguos a los que hemos podido llegar. (Mi primera versión directa la recogí en 1977, de una campesina iletrada de Carmona). Así que, sin más, y con permiso de ustedes, les voy a contar un cuento: 

Resulta que una joven pastora, anda que te anda, detrás de  una oveja que se la ha extraviado,  sin darse cuenta se adentra en un bosque. Allí le sale un oso, que, en vez de devorarla,  se la lleva a su cueva. Para ello tiene que retirar una gran piedra que cubre la entrada, y volverla a colocar. Solo él tiene fuerza suficiente para hacer eso. Al cabo de nueve meses, el oso y la pastora tienen un hijo, que se irá haciendo mayor, sin que ni él ni la madre puedan abandonar el encierro. Hasta que un día el muchacho, ya crecido y tan fuerte o más que su progenitor, retira la piedra, se la arroja al oso y lo mata. (Tal vez don Segismundo, me refiero a Freud,  andaba por allí cerca, tomando notas). Cuando madre e hijo regresan al pueblo, nadie quiere tratos con Juan el Oso, que así le llaman. Ocurre que el  muchacho, además de muy velludo  y hocicudo,  posee aquella fuerza descomunal, y es rechazado por todos. Y  tiene que irse del pueblo,  a buscarse la vida. Eso sí, con una bolsa de monedas, que reúnen entre todos los miembros de la aldea,  y una cachiporra de siete quintales, que el herrero del pueblo ha forjado para él, con metal también aportado por todos. Por el camino, Juan el Oso recluta a un par de compinches, Arrancapinos y Allanamontes, cuyo oficio es convertir el bosque y la montaña en tierra labrantía. El uno, derribando pinos a guantazos, el otro allanando el suelo con el trasero. ¿Cuánto te pagan?, les pregunta Juan. “Esos malditos labradores me pagan una peseta al día”, contestan, sucesivamente, uno y otro. “Pues si os venís conmigo, yo os pago dos”. Los tres empiezan a andar, venga a  andar, y se les hace de noche, precisamente cuando llegan a un bosque. Entran en él y allí se instalan. Mientras Allanamontes y Arrancapinos van de cacería, Juan el Oso enciende el fuego. Un duende aparece de repente, diciendo que él es el dueño del bosque, apaga el fuego, ensucia los cacharros y se enfrenta a Juan el Oso. Claro está que Juan, de un solo cachiporrazo, lo deja fuera de combate. El duende se reconoce vencido y, en señal de acatamiento, se corta una oreja y se la entrega al vencedor, diciéndole: “Cuando te veas en apuros, muérdela”. A la mañana siguiente, buscando agua para beber, Juan abre un pozo con su cachiporra, justo en el sitio donde se pierde el rastro de sangre que ha producido el corte de la oreja. Es un pozo muy hondo y oscuro. Los compinches no se atreven a bajar, a ver qué hay, pero sí Juan el Oso, que se ata una soga a la cintura y se provee de una campanilla, para avisar de lo que quiera que sea a los dos que quedan arriba. Al final del pozo se encuentra un palacio encantado, con una princesa secuestrada  y vigilada por el Diablo y por otros monstruos: una  serpiente de siete cabezas, un toro bravo y el Diablo mismo,  a todos los cuales  Juan va venciendo fácilmente con su contundente arma. Después, dialoga con la princesa, a través de una puerta, pues sabiéndose monstruoso y repulsivo no se atreve a descubrirse ante ella. Primero él le pregunta que por qué está allí encerrada. “Un día me atreví a tocar un manzano que había en el jardín del palacio, al que mi padre me tenía prohibido acercarme”, responde ella. En la conversación llegan a un pacto: él la sacará de allí, pero ella le ha de entregar su anillo, pasándolo por debajo de la puerta.  Así lo hacen. A continuación, Juan, de otro golpe con su maza, derriba la puerta, y la princesa, nada más verlo, se desmaya.  Juan la toma entre sus corpulentos brazos, toca la campanilla y se la  envía a sus  compinches,  atándola por la cintura con la misma soga con la que antes lo han bajado a él.  (Aquí interesa un paréntesis: Cervantes alude claramente a este cuento en el episodio de la Cueva de Montesinos). (9, El Quijote, II, XXII. Sobre esta singular relación del célebre capítulo de la obra de Cervantes con los cuentos de tradición oral, puede consultarse mi artículo “El Quijote como cuento maravilloso”, en Cuatro novelistas sevillanos hablan de Cervantes. Ateneo de Sevilla, 2006).

Pero Allanamontes y Arrancapinos, una vez tienen consigo a la princesa, no vuelven a echar la soga y se quedan con la heredera al trono, para cobrar el rescate que ha prometido el rey. Y Juan, solo y perdido en el fondo del pozo, se acuerda  de la oreja del duende del bosque, la saca de un bolsillo y la muerde. Al instante aparece una muchedumbre de duendecillos, que se ofrecen a ayudarle. Lo visten elegantemente y ponen a su disposición un hermoso caballo blanco, dotado de resplandecientes alas.  Montado en él, Juan sale del pozo y emprende por los aires el camino que lo ha de llevar rápidamente al palacio del rey. A medida que avanza, va perdiendo pelos y, en general,  su aspecto fuertemente animaloide se va tornando en el de un elegante muchacho. Sobre su caballo blanco alado, Juan  desciende al patio de armas del castillo. La princesa, admirada y absorta, no identifica a tan apuesto caballero, pero él entonces le muestra su anillo. Ella lo reconoce, encantada, y todo se aclara felizmente. Ni que decir tiene que se casan, con un soberbio banquete de perdices, y que a los compinches traidores les dan su merecido. (Variable, según versiones).

           

Siempre he pensado, siguiendo aquella lógica, que un trasiego de centenares de cuentos, como el que acabo de contar, burlando toda clase de fronteras, desde hace cientos y hasta miles de años,  debió de tener una motivación extraordinaria. No porque sí la humanidad se tomó  esa  molestia; en realidad,  fue un trabajo enorme, solo que muy dilatado en el tiempo y en el espacio. Casi tan grande como la erección de los megalitos, a otro nivel, naturalmente. Desde luego, algo querían transmitir nuestros ancestros y ese algo había de ser fundamental, pues carece de toda lógica que un mero pasatiempo profundizara de tal modo en las dos coordenadas de la historia. Más bien será un sentido específico, que creo puede conectar manifestaciones tan aparentemente dispares como son unos dólmenes y unos cuentos maravillosos. Ya vimos que se daban ciertas similitudes paradójicas, en cuanto a sus respectivas estructuras, pero no hay que descartar otras, en cuanto a contenidos, es decir, formando parte de una determinada manera de pensar. (En el universo de la simbología, lo normal es que las cosas no parezcan lo que son, y en los cuentos de hadas –utilicemos ahora la denominación más común- es norma segura, por más que los usuarios ya no lo perciban así. Adelanto un ejemplo: según mis estudios, la palabra rey lo que significa en esos cuentos es propietario viejo que tiene problemas para legar sus bienes. Pero ya nadie lo percibe así, al menos en la conciencia racional.

Comprendo que es la comparación entre formatos tan distintos lo que puede producir  prevención, a la hora de admitir cualquier clase de semejanza entre ellos. Pero recuerden: de los dólmenes se conserva una estructura externa, desnuda de toda anécdota, aunque muy sólida, mientras que de los cuentos conservamos la parte anecdótica, pero no vemos cuál sea su estructura interna. Singular antítesis, que no habrá que perder de vista: lo duradero en los cuentos está en lo más oculto, y en los dólmenes parece lo más notorio. Pero en ambos casos se trata de  una composición formal que soporta un sentido por descifrar.  A continuación, lo más lógico será intentar avanzar en esa hipótesis, averiguando, hasta donde sea posible, qué nos dicen los  símbolos de cada una de estas dos manifestaciones.   


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Videoteca
Entrevista en el programa `Saca la lengua´
Emitido el 19 de Noviembre de 2011 en la 2 de RTVE
Una breve visión de la biblioteca
El programa `El público lee´ de Canal Sur TV entrevista a A. R. Almodóvar a propósito de su biblioteca (25-09-2011)
La memoria de los cuentos
A. R. Almodóvar es el guionista de este documental emitido por TVE2 en el programa `Imprescindibles´ (18-03-2011)
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