Volvamos a los orígenes de Antequera, particularmente a Menga, que es donde creo se cifra el significado de esa época, un tanto transicional, y fallida, a la que me estoy refiriendo. Tal vez al carácter único de esta construcción, entre las de su género, habría que añadir esos otros símbolos de los que hablo. Piensen que, por ejemplo, el pozo que tanto ha llamado la atención de los arqueólogos, sigue sin tener una explicación plausible. ¿Qué demonios pinta un pozo en un dolmen? No se sabe, ni se conoce ningún otro caso.
En cualquiera que sea, para dotar de
relevancia física a aquel precario discurso transicional, es por lo que,
paradójicamente, se construyen los monumentos megalíticos. Y en ciertos casos, para darles significación trascendental, se orientaron
a determinados astros, ya fuera el Sol, la Luna u otros cuerpos celestes. (Los
sumerios ya adoraban a esas tres divinidades).
No seré yo quien intervenga en los fascinantes debates entre solaristas y lunaristas, respecto de los dólmenes de Antequera. Pero, si se me permite, ya es curioso que de
los tres sitios, uno mire a la salida del Sol (Viera), otro a la Peña de los
Enamorados (es decir, al NW) y el tercero, El Romeral, no hay acuerdo
definitivo de hacia dónde miraba. En
otros conjuntos dolménicos, unos lo harán hacia el paso de determinados astros
(Sirius, Arcturus…), e incluso al Sur. No parece haber un patrón fijo. A
nuestro propósito, es poco relevante. Desde la aportación folclórica, desde
luego, creo que hay en Málaga más
referencias a la Luna que al Sol. En el mismo cuento de Riogordo, al que antes
me referí, el encuentro de la mujer con el oso tiene lugar “cuando las nubes se
apartaron y salió la Luna Llena”. Más
conocida es la leyenda de la Cueva del Higuerón” o “del Suizo”, con sus
apariciones terroríficas en las noches de Luna, donde también se sitúa el
santuario de la “Diosa Noctiluca”, uno de los tres lugares de culto
prehistóricos mencionados en la “Ora marítima”, el viejo poema latino. Solo
falta aclarar que se trata de una diosa de la fecundidad, de la muerte y de la resurrección a la vida, representada
por los fenicios en forma de betilo, una piedra grande (otra), clavada en la
tierra. A favor de los cultos solares,
siempre podremos acudir a las fiestas de
los montes de Málaga, los Verdiales, una de las
más antiguas de Andalucía. (Creo que solo le gana la de El Berrocal, en
Huelva, que conserva vestigios de adoración a los animales y de promiscuidad
dionisiaca). Pero añadiré una nana, muy común en estas latitudes, que más bien
señala a lo que sería una suerte de empate técnico entre las dos advocaciones:
“Si mi niño se durmiera / yo lo echaría en la cuna, / los piececitos al Sol, /
y la carita a la Luna”.