Se han contabilizado en todo el mundo alrededor de setecientas versiones de Cenicienta, de innumerables procedencias y desde tiempos muy antiguos.4 Poco tienen que ver la mayoría de ellas con el estereotipo forjado a partir de siglo XVII, a parir de las versiones francesas y alemanas de los Perrault-Grimm, luego retocadas y hermoseadas por la factoría Disney. Lo cierto es que por debajo de ese estereotipo late una miríada de versiones, cuyo arquetipo abstracto vendría a significar la servidumbre y la humillación a que es sometida una inocente y hermosa joven, bien por parte de su madrastra, bien por otras mujeres de rango superior a ella; sigue la ardua liberación que alcanza la heroína, gracias a la intervención de un mediador mágico, hasta casarse con un príncipe. Fuera de eso, todas las versiones presentan elementos diferenciales, arraigados en la tradición oral, aunque muy pocas veces pasaron a la imprenta, y si lo hicieron fue en recopilaciones folclóricas de escaso relieve o para uso académico. En la tertulia hogareña o campesina, sin embargo, eran las que circulaban comúnmente, confiadas a la memoria del imaginario colectivo. Al ir desapareciendo la cultura rural, todas ellas fueron perdiéndose también; sin duda una de las mayores catástrofes culturales, entre las muchas sufridas por el desarrollo de la civilización urbana, y más recientemente por la globalización. Ni decir que con las formas orales del cuento se perdieron valores históricos, sociales y psíquicos, que ayudaron durante siglos a la formación de la mente simbólica, a la socialización del niño y al mantenimiento de una relación equilibrada individuo-naturaleza-sociedad.