EL EXTRAÑO CASO DE DOÑA OLIVA
Por Antonio Rodríguez Almodóvar
-Pero, hija, ¿quién se va a creer que tú has escrito todo eso?
Con una mezcla de recelo y envidia, don Miguel Sabuco y Álvarez, bachiller y rico hombre de Alcaraz (Albacete), miraba el tocho de papeles que su hija había llegado a juntar en un pico de la mesa. Años y años de paciente escritura. Al principio, el padre había accedido a que Oliva, aún de corta edad, fuese tomando nota -pluma rasposa y tintero de porcelana-, a modo de ejercicio. Como para soltar la mano. Sentada en silla alta, balanceando los pies, pues no le llegaban al suelo, la niña iba dejando constancia de unos encrespados diálogos. Los que, cada quince días, sostenía un variopinto grupo de eruditos, latinistas, frailes y galenos, que don Miguel reunía en casa. Era costumbre de las academias de entonces, con el beneplácito del rey su señor, don Felipe II, y del ojo que nunca dormía, la Santa Inquisición, debatir de las más peregrinas cuestiones; los clásicos, la candente teología contra Lutero, y cualesquiera otras llegasen hasta a aquellas tierras polvorientas.
Mas la niña se fue haciendo mayor y creció notablemente en otros saberes discretos. Su innata curiosidad la llevó a interesarse por el mundo observable, la ciencia de la naturaleza, las dolencias humanas, así del cuerpo como del alma, y anotando su parecer, sin remilgos. Con la audacia que solo proporciona la búsqueda de la verdad -que suele suceder al asombro-, tituló Nueva filosofía de la naturaleza del hombre. Pidió permiso para editarlo y, sorprendentemente, lo consiguió. Claro que, nada más leído por algunos, se desató la tormenta. ¿Los afectos? Qué demonios seríá eso? Fuera de los cuatro humores, no había más. ¿Influencias de los simples sentires sobre el dolor físico? ¿Las pasiones mandando en el cerebro? ¡De ninguna manera! Cuerpo y alma, el uno con sus achaques, la otra con sus pecados, iban por separado, hasta que se soltaban del todo con la muerte. ¿Y si aquella atrevida dama, doña Oliva Sabuco, estaba insinuando que solo existe la materia? Sin duda la Inquisición algo tendría que decir al respecto. El mero hecho de ser mujer ya la había condenado. Pero la tormenta dejó sentirse hasta el año 2016 de nuestra era. (Todo eso, y mucho más, está en la última novela de José María Merino: Musa décima. Imprescindible).