
A Catalina Omlawska, polaca de 35 años, le fascina el flamenco. Tanto, que es asidua desde hace cuatro años al Festival de Jerez y a las clases de baile que durante la cita imparten los grandes maestros. Esta vez se ha apuntado al curso de taranto de la bailaora María del Mar Moreno. Estudiante aplicada de español, Omlawska hace lo que puede con el palo en cuestión. Eso sí, para aprender su verdadera esencia, ya cayó en que no puede contar con las definiciones. No ha encontrado su significado en el volumen que edita la Real Academia Española (RAE) porque, sencillamente, no hay rastro de él.
Tampoco figuran bambera, bandolá, toná, trilleras o mirabrás. Estos palos flamencos, y algunos más, serán incluidos tras ser aprobados por la RAE en el próximo volumen, cuya edición está prevista para 2014.
La Unidad Interactiva del Diccionario de la RAE ha admitido incluir en su 23ª edición “ciertos andalucismos”, por iniciativa del escritor y doctor en Filología Moderna Antonio Rodríguez Almodóvar. La comisión del pleno de la RAE del pasado 31 de enero “aprobó la incorporación de varios significados relativos a los palos del flamenco que, efectivamente, faltaban en el repertorio del diccionario”, dice una carta interna de la docta casa. La anterior entrega de la obra es de 2001, aunque desde entonces la Academia ha actualizado cinco veces su versión en Internet. La última ocasión llegó en junio de 2012.
“Lo que ocurre con el diccionario es que ha tratado el flamenco con bastante ignorancia y cierto desdén. No es mala fe, pero tratan nuestras realidades como algo secundario; mientras que los americanismos han entrado en tromba. La política de la Real Academia ha sido ponerse a bien con las hablas de América, pero tanto derecho tenemos nosotros como ellos”, argumenta Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1941), autor de medio centenar de títulos entre obras de literatura, novela, cuento y ensayo y premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2005 por El bosque de los sueños.
Hay ausencias tan significativas como toná, “una de las madres del cante flamenco”; la de los adjetivos relativos a la voz rajo y afillá; o seguiriya, “recogida como seguidilla con una ortografía todavía deudora de la castellano-manchega”, dice el estudioso, que también es catedrático de Lengua y Literatura. “La seguidilla es una de las matrices del folclore popular español que llegó a Andalucía a finales del siglo XVIII y adoptó una forma distinta que se fue transformando hasta convertirse en las sevillanas. José María Blanco White todavía llamaba a las sevillanas seguidillas, pero ha llovido mucho desde entonces”, afirma Rodríguez Almodóvar.