
En
estos tiempos en que la cultura oficial
quiere empujarnos a las cavernas
del miedo nuevamente, sería de mucho provecho no desfallecer en lo sustantivo: que la cultura oral es la madre de todas las culturas. Y que
la voz transmisora ha sido siempre, de algún modo, expresión de la resistencia del pueblo; frente a la otra, la cultura hegemónica o
adinerada, como queráis llamarla, en fin, esa que siempre nos ha mandado el
poder, con sus distintas máscaras. Una hay ahora muy recurrente y sibilina, a la
que llaman de lo políticamente correcto. No
os dejéis embaucar por esa zarandaja, que atrofia la verdad y el alma de las
gentes. La cultura oral es a menudo perfectamente incorrecta. No
porque sí se transmitieron durante siglos aquellos centenares de cuentos en la
intimidad de las noches de invierno
junto al fuego, de las charlas de verano, cobijados por el cielo infinito, o a
la orilla del sueño de los niños, sin pedir permiso a nadie, con la naturalidad
con que se expresan la lluvia y el viento. Solo contar, sin moralejas ni
moralinas. Siempre una historia de la
que tirar para los más diversos asuntos del libre entendimiento. Empezando por los antiquísimos cuentos
maravillosos, con su enjundia diversa: los límites del mundo, el encuentro gozoso con
el otro, la muy activa participación de
las heroínas , que también escalaban los muros del príncipe encantado; o sea,
del amor, como pieza turbadora en el corazón de la vida; contra el matrimonio concertado, el rapto, la violación y todos los demás gigantes. Y sin dioses de un más que dudoso Más Allá. Luego vino la burla de nobles y ricos, en el
cuento de costumbres. La victoria de la
inteligencia sobre la fuerza bruta, en los auténticos y divertidos cuentos de animales, donde lo ejemplar es lo
dura que es la vida, y no esas fábulas insípidas. Donde Caperucita se libera del lobo
sin ayuda de ningún cazador, sino en virtud de su propia astucia. Donde el
medio pollito resguarda en su medio
culito a los amigos solidarios que le ayudarán a darle un escarmiento, una
lección de honestidad, al mismísimo rey.
Donde Mariquilla le da otro merecido escatológico a un príncipe acosador, para morirse de risa. ¿Valores? ¿De qué otros
valores nos hablan por ahí?