Y vayamos por fin con la cuarta o quinta historia –ya he perdido la cuenta- que arraiga en otro rito extremadamente antiguo, muy anterior a que aparecieran las religiones oficiales. Me refiero al culto a los antepasados. Es muy interesante que al dolmen de Menga se le atribuya la triple condición de asentamiento del clan, lugar de cómputo astronómico y enterramiento sagrado. Suele predicarse de primitiva esa forma de creencia, pero quizás no lo sea tanto. En otro de mis recuerdos de infancia, figura con precisión una fecha del año, la del 2 de noviembre, en que las mujeres que nunca iban a la iglesia, ese día, por excepción, se echaban un velo negro por la cabeza y acudían al templo más cercano, a rendir culto a las “almas del purgatorio”, denominación con la que la Iglesia intentó apropiarse de él, como de tantos otros, cuando no era sino un resto de la única religión en la que creía la gente no sometida a la religión oficial.
No se me olvidará la expresión que iba poniendo Claude Bremond, el insigne semiólogo francés, mientras me oía contar, en un encuentro sobre tradiciones orales de todo el mundo (París, 1987) (24, El texto de mi conferencia y la opinión que sobre ella expresó Claude Bremond están editados en D´un conte a l´autre. (Editions du CNRS, París, 1990). En castellano apareció en Revista de Occidente, diciembre de 1988), el arcaico relato de “La asaúra del muerto”, que todavía se recoge en España, en recopilaciones fiables. Por si no lo recuerdan, es la historia de una familia que una noche no tiene qué llevarse a la boca, y la madre manda a la hija pequeña a la tienda a comprar asaúra, es decir, hígado (la carne más barata). Pero la niña se entretiene jugando con las amigas, y cuando llega a la tienda, la encuentra cerrada. Ni corta ni perezosa, se dirige al cementerio y a un muerto reciente le extrae de su tumba el hígado. Lo lleva a su casa y eso es lo que la familia comerá esa noche, sin que los demás miembros conozcan su procedencia. A las doce en punto, como es de ritual, el muerto regresa a este mundo, a reclamar lo que es suyo, y empieza a subir los peldaños de la escalera de la casa, uno tras otro, avisando a la niña: “¡Mariquilla, que voy por el primero…, Mariquilla que ya voy por el segundo…!” Bueno, ya veo que se sobrecogen ustedes, por lo que no entraré en más detalles. Se trata, sin la menor duda, de un relato surgido de una costumbre, certificada en otras muy diversas partes del mundo: la de ingerir las vísceras del héroe o del patriarca difunto, para adquirir sus cualidades, todo eso transformado en un relato de advertencia: ese rito ya no debe practicarse, pues estorba al merecido descanso del que ya pasó la frontera. (25, Me dicen que en La Cueva del Toro, próxima a los dólmenes de Antequera, está acreditada la práctica de canibalismo. Falta por ver si era un canibalismo ritual o alimentario, según me indica Bartolomé Ruiz, director del conjunto dolménico de Antequera. En los cuentos populares españoles hay otros restos de canibalismo. (Puede verse en Los cuentos populares o la tentativa… op. cit.pp 167-168). Pero eso no borra la relación directa de los de Este Lado con los del Otro, sino que más bien la refuerza. No hay que maltratar a los difuntos, precisamente porque están ahí, donde siempre, a nuestro lado. Ellos son nuestros dioses particulares. Todavía Estrabón (III, 4, 6) refiriéndose a la Península Ibérica, alude a que “los celtíberos [poseen] cierta divinidad innominada, a la que rinden culto las noches de Luna Llena”. Nada dice de sacerdotes ni de otros intermediarios, sino -ya ven-, de nuevo la Luna. Otra interpretación de ese viejísimo relato, nos llevaría, por otra clase de analogías, al terreno pedregoso del psicoanálisis, donde ciertos sueños antropofágicos, si hemos de creer a algunos seguidores de Freud, significan deseos reprimidos de cometer incesto.
Sin necesidad de acudir a ese tipo de interpretaciones, cuando se habla de la prohibición del incesto, como base de la sociedad, el mensaje que la humanidad se da a sí misma creo que incluye una advertencia más general, acerca del desordenado mundo de los deseos. Y ya es el segundo cuento que nos aproxima a esa otra línea de estudios, la del psicoanálisis de los llamados cuentos de hadas. Un camino -que hoy ya no podremos recorrer-, hacia otra de mis tesis favoritas: que los cuentos maravillosos ocupan el lugar de sueños colectivos, esto es, que simbólicamente nos representan a todos, en niveles no conscientes. No necesariamente han de ser “deseos insatisfechos”, sino mensajes más amplios sobre el ordenamiento y la comprensión del mundo. Lo dejaremos, también, para otro día. (26, Con todo, este otro enfoque sobre los cuentos tradicionales, el psicológico, lo he tenido en cuenta en otras publicaciones y en buena medida está integrado, de forma literaria, en mi pentalogía El bosaue de los sueños (Anaya, Madrid, 2006). Fue Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2005).
Tal vez pensaban esos ancestros, los de hace
esa enorme cantidad de años, que
sus historias durarían tanto como los megalitos. No fue así. Claro que,
si bien miramos, tampoco esas firmes construcciones han quedado indemnes al
paso del tiempo. Permanecen, sí, ¿pero qué significan? Gracias a la
arqueología, la paleantropología, la arqueoastronomía, cada día sabemos un poco
más acerca de ellas. Algo parecido sucede con los cuentos orales, poseedores de
una sólida estructura interna que les ha permitido llegar hasta nosotros, y que
sigamos avanzando en el desciframiento de sus símbolos. En realidad, es lo único
que tenemos para aproximarnos a esos mundos, cuando aún no habían aparecido las ideologías,
aunque ya estuvieran acechando, con la
formación paralela del poder. Un momento verdaderamente extraordinario, que nos
hace columbrar el instante en que el hombre se encontró existido, sin más
apoyo que su inteligencia, y en diálogo directo con las
cosas. No sé si es este el momento de decirlo, pero, una vez la mente se
tropieza con el misterio insondable de la muerte, veo mucha más lógica en
acabar adorando al Sol, a la Luna o a determinadas estrellas, o a los propios
antepasados, que en creer en dioses invisibles, o en personas que se dicen
dioses o intérpretes de un presunto Más Allá. Sin embargo, muy buena parte de
la humanidad ha acabado prefiriendo esto último, en apariencia al menos. Otra
cosa es lo que anide en el pensamiento profundo de la gente.
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