I
FILIPINAS
"A todo lo largo de mi niñez, y aun después
de haber alcanzado un mediano uso
de razón, estuve escuchando una infinidad de historias estupendas, relacionadas con antepasados de mi padre. Entre estos figuraba
su abuelo materno, del que se decía que había sido virrey de Filipinas; así, con todas las letras. No era mi padre,
sin embargo, el que se paraba en andanzas y peripecias de otros tiempos. Por
motivos que se comprenderán más adelante,
él siempre fue parco en la materia. La narradora principal era mi hermana María de Gracia, la mayor de
los cuatro hermanos, a la que siempre gustó repetir lo que le transmitía nuestra abuela Dolores,
la última hija del presunto virrey. A través de largas sesiones de mecedora y
brasero, fue depositándose en la memoria
virginal de una niña la excitante trayectoria de esa rama familiar, antaño
encumbrada, cuya verdadera enjundia
consistió en haber participado en todas las agitaciones del intrincado siglo
XIX, casi siempre del lado del caciquismo y los borbones. Finalmente,
quedó descalabrada y perdida en
los anales secundarios de la Historia. No diré que no se perdiera nada, o que
no convenga averiguar qué pasó, por muy lejos que yo esté de pensar como la mayoría de esos ancestros.
No sería de provecho para el conocimiento del pasado y, en particular, para
acercarnos a cómo fue la caída del Antiguo Régimen –si es que cayó-, en
de la trapisonda de una familia de esas
características. Y por contraste, con
cuánta dificultad se fueron abriendo paso las libertades –si es
que acabaron de llegar-, en este hermoso
y desaforado país."
Así comienzan las Memorias del miedo y el pan.