Las primeras contradicciones de la humanidad

 Aquella nueva humanidad -de la que venimos-, tuvo que advertirse de las contradicciones internas del nuevo sistema, cuyo pilar básico era la propiedad  hereditaria de la tierra, una vez se dio de bruces con un obstáculo  material insalvable: no había tierra suficiente a repartir, en lotes individuales de producción equivalente. Durante algún tiempo se debió buscar algún modo de compensación comunitaria. Pudo ser a través de la reserva de grano, además de para pasar el invierno. La abundancia de pequeños reservorios de cereal, en los asentamientos de esa época, da a entender que era un modo de redistribución de la riqueza agrícola. El número considerable de molinos manuales señala en la misma dirección: la de una cierta manera de compartir el -por otro lado- misterioso poder de la agricultura. En los alrededores de los dólmenes de Antequera, todo eso está acreditado, pero quizás de manera más contundente se da de nuevo  en los yacimientos de Los Millares (unos 500 años posteriores a  Menga). Claro que también, en uno y otro sitio, aparecen las primeras construcciones defensivas, algunas zanjas en Antequera, pero  mucho más contundentes en los otros yacimientos. Indicios, como quiera que sean,  de una belicosidad con el entorno, entre el Neolitico y el Calcolítico. (“La guerra ha madrugado mucho”, nos decía Mata Carriazo en sus clases).

En consecuencia, me parece lógico pensar que, al menos en los comienzos de esas formas de evolución  (estimo que  entre mediados y finales del cuarto milenio a. C.) se produjo un cierto equilibrio entre clanes sedentarios; un equilibrio social, que debió de incluir el reparto proporcional de los excedentes agrícolas y ganaderos, siguiendo la inercia del  largo periodo comunitario anterior, o copiando costumbres de los emigrantes agrícolas, que, en principio, no parece fuesen violentos invasores. (Tampoco hay que hacerse muchas ilusiones al respecto).

Creo que para fundamentar ese equilibrio se buscó explicación, primero en el orden natural terrestre, luego en el orden cósmico, en la relación de los movimientos estelares con los ciclos  de las cosechas,  y en la misteriosa fecundidad de la tierra, que muchos pueblos creyeron, y aún creen, relacionada  con la fecundidad femenina y los ciclos lunarios. El paso siguiente, o implícito, fue darles carácter sagrado a esas correlaciones, fundamentándolo todo en un simbolismo de la  tierra misma,  puesto que allí descansaban los antepasados. Ya en ese momento –atención-  se invierte el sentido de la realidad (lo  que luego tendrá un uso fatídico a lo largo de la Historia), otorgando esencialidad identitaria a un grupo humano, sea el que fuere, a partir de algún elemento físico, pretendidamente sagrado, o en menor escala, autóctono. El orden de lo real ha sido siempre inverso. En el caso que nos ocupa, la  tierra no era sagrada porque en ella reposaran los antepasados, sino que lo parecía, porque previamente así lo habían decidido algunos de los vivos, sacerdotes o reyes.  Como nunca existiría una raza aria, supuestamente anterior ni superior a ninguna otra, sino la voluntad política de que así constara, disfrazándola de ritos y costumbres. No se olvide cuán apegados han estado siempre los regímenes dictatoriales a las “tradiciones populares”, forzándolas a decir lo que no dicen.

 Pero entonces, hace esos cinco o seis mil años, la humanidad no había dado todavía, o no lo había completado, ese gran salto del pensamiento, que llevó al idealismo, en todas sus variantes. No había aún un “sistema filosófico”, sino un grupo de analogías en serie, a modo de teorema encadenado, de una extraordinaria potencia: la fertilidad de la tierra, como la de la mujer; los ciclos de la naturaleza, como los de los astros; los túmulos funerarios, como el útero; todo renace, como todo muere;  la muerte equivale a la vida. Esa podía ser la estructura semántica que hay detrás de los dólmenes, que me atrevo a creer está representada por el simple alineamiento de grandes piedras independientes. También el cuento maravilloso se apoya en una yuxtaposición, esta vez de símbolos, relacionados igualmente con la fertilidad, con la abundancia, los astros, y la muerte, claro está. Toda explicación trascendental que no se basara en hechos naturales y verificables (la muerte y las estrellas también lo son), quedaba excluida del nuevo esquema mental. Un esquema, pues, analógico, anterior al pensamiento lógico, como sucede en los niños. (Pronto lo veremos, en el epígrafe final). No duró mucho, tal vez para desgracia nuestra. Poco a poco, esa trama de equilibrios conceptuales fue perdiendo consistencia, hacia formas subjetivas; el clan derivó en  familia, el poder de la tierra en poder político, y la explicación  del mundo quedó aplazada o sujeta a los  recién creados misterios del Más Allá, en sustitución de los misterios del inframundo. Por medio, aparecieron aquellas castas sacerdotales, diciéndose intérpretes y vigilantes de los nuevos principios reguladores. Y se obligó a la mujer a ser el centro representativo del nuevo orden, pues la propiedad individual y hereditaria de la tierra exigía el control de la doncellez femenina, como moneda de cambio; y garantía, también,  de la herencia biológica. Se idealizó ese carácter hasta la idolatría, como la que rodea a muchas imágenes actuales, y la mujer quedó sometida al dictado del varón de la especie. El enorme  poder orgánico de la agricultura quedaba transfigurado en el llamado eterno femenino, tan grato al espíritu de los que dicen velar por la seguridad y el orden establecido (por ellos). Y, lo peor de todo, se convirtió el matrimonio en una metáfora de la propiedad, controlada por el mismo varón. Y los desheredados creyeron también que poseer a una mujer era como poseer la tierra. Quienes no crean en la fuerza del mito solo tienen que preguntarles  a las mujeres maltratadas de nuestro tiempo. A muchas, ya ni siquiera podemos preguntarles.

Pues bien, creo que el cuento maravilloso advirtió, a su modo simbólico,  que todo eso podía ocurrir, y lo hizo no en forma de leyes ni de doctrinas, sino de mitología colectiva. Lo que no pudo evitar es que sucediera.  Y la nostalgia del bosque,  de la vida anterior, se instaló en el meollo de una de las formas de relato más antiguas y complejas del mundo. Tanto era el poder evocador de ese concepto,  el de bosque, que las clases dominantes acabaron por apoderarse de él, quiero decir, se hicieron también con la propiedad de las masas arbóreas remanentes, o imposibles de cultivar, de modo que los desheredados ni siquiera tuvieran acceso a ellas, salvo para acopiar leña, y solo para uso doméstico; un rasgo presente en multitud de otros cuentos que nos han llegado.  En tiempos históricos, ya sabéis cómo se impuso por la fuerza la hegemonía del los reyes y nobles cazadores, dándoselas también de héroes de lo salvaje. No habrá un solo rey de los siglos recientes que no tenga un cuadro en el que aparece disfrazado de eminente cazador.   

Cuando ya la cosa no tenía arreglo, ese discurso preventivo derivó en crítico. Y fueron apareciendo los cuentos burlescos, donde el pícaro vapulea al rico y el pastor inteligente doblega la virtud de la princesa boba o caprichosa. Algunos llegan a nuestros días, con la estructura intacta del cuento maravilloso, aunque en forma de sátira. (Hay que dejar constancia de que reputados folcloristas los tomaron por obscenidades, propias del gusto de los simples). En uno de ellos, La  niña que riega las albahacas, uno de los cuentos pertenecientes a lo que yo llamo “el secreto de la tertulia campesina”, se castiga a un príncipe acosador, por cierto, de manera chusca y descacharrante. Y sin boda final.  No hay que explicar por qué también estos relatos desaparecieron del catálogo burgués, como desapareció la segunda parte de La bella durmiente. Y como desapareció su equivalente masculino, que todavía en España pudo recoger un colaborador de Machado y Álvarez por tierras extremeñas. (23, Se trata de Sergio Hernández de Soto, un buen folclorista. El cuento lo tituló El príncipe durmiente en su lecho, publicado por A. Machado y Álvarez en el tomo X de su Biblioteca de Tradiciones Populares Españolas).

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Entrevista en el programa `Saca la lengua´
Emitido el 19 de Noviembre de 2011 en la 2 de RTVE
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El programa `El público lee´ de Canal Sur TV entrevista a A. R. Almodóvar a propósito de su biblioteca (25-09-2011)
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A. R. Almodóvar es el guionista de este documental emitido por TVE2 en el programa `Imprescindibles´ (18-03-2011)
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