El anciano profesor, ya con la ropa hecha harapos, volvió a sentarse en su lugar de costumbre: una silla desvencijada, salvada del estercolero más próximo. Alrededor, empezó a congregarse un cierto número de oyentes, jóvenes, desocupados la mayoría, que aún hubieron de espantar a unas cuantas aves y alimañas de las que acudían a rebuscar en la basura. Apesadumbrado, pero sin perder una leve sonrisa, el profesor invitó a que se le hicieran preguntas sobre lo hablado el día anterior: cómo la Gran Recesión del siglo XXI había convertido el capitalismo en opulencia para unos cuantos y miseria para la inmensa mayoría.

-¿Qué papel desempeñó la crisis de refugiados de la segunda década?, quiso saber una joven de aspecto magrebí.

-Ese fue el detonante.

Tras este contundente dictamen, el anciano pareció concentrarse. Y su sonrisa se fue desvaneciendo.

-La tormenta ya estaba formada. Pero el capitalismo financiero se refugió aún más en los paraísos fiscales y solo salió de sus madrigueras para fabricar armas. El petróleo bajó a precios increíbles. Pero, lejos de abaratarse la energía, los alimentos, los servicios, todo se puso por las nubes, porque los Estados necesitaban cobrar cada vez más impuestos, siempre de los mismos: las clases medias.

-¿Y nadie se dio cuenta del absurdo? ¿Cómo se podían pagar impuestos, si no había empleo y la demanda estaba estancada?, preguntó un chico oriental.

-¡Ya lo creo!, volvió a animarse el profesor, claro que por efecto de la ironía. ¡Lo sabían todos! Los fondos de inversión, los banqueros, los partidos conservadores… todos.

-¿Entonces? ¿Por qué no hubo reacción?

-Esa es la gran pregunta.

En aquel momento una patrulla de vigilancia hizo notar su presencia, ostensiblemente. Sirenas y luces relampagueantes. Los chicos se dispersaron, cada cual hacia donde pudo. Cuatro policías, fuertemente armados y con vestimenta acorazada, se dirigieron al anciano profesor. El que mandaba la patrulla desenvainó la cachiporra de siempre y, acercándose a él, entre sarcástico y conmiserativo, le dijo:

-¿Ya has vuelto a las andadas, abuelo?

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