Poco se sabe de un capítulo perdido de la segunda parte de El Quijote. Ciertas noticias han circulado por la antaño capital del mundo, la opulenta ciudad del Betis, y muchos son los rastreadores de esas páginas, sin que la suerte les haya acompañado. Los indicios, empero, son elocuentes: en el capítulo 47, el ventero descubre unos papeles cuyo principio dice: Novela de Rinconete y Cortadillo. Y por tradición oral se sabe que, habiendo puesto Cervantes a su criatura en el enojoso episodio de la jaula, se compadece de él y da en imaginar que el hidalgo escapa de su cautiverio y emprende el camino de aquella portentosa ciudad.
El hidalgo está informado de que la Sevilla de los pesares de su creador ha sido encantada. Una cáfila de hampones y rufianes ha constituido secreta cofradía y se valen de la extorsión para someter a sus habitantes, a través del famoso Monipodio. Mas héteme aquí que, además de concertar con él ajustes de cuentas los cornudos, los acreedores, los cobardes, a tanto o cuanto la puñalada, otros encargos había de distinta índole, según ha de constar en ese capítulo: la de ricos contra pobres. Así, a un buen padre de familia que no pudiere pagar las rentas de su hogar, puñalada de advertencia y a la calle. A otro que no le alcanza a calentarse en invierno, dos por protestar. Uno que reclama a la justicia, tres, y costas adelantadas.
Don Quijote previene a su escudero:
-Sancho, no te enojes conmigo, pero corrido estoy de haberte dicho que hay que hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado, pues nunca pensé que estos acaudalados de hogaño gozaran con tal grado de iniquidad. Pero mira, que en llegando a Sevilla, naturaleza nos regala a la contemplación ese rebaño de dóciles ovejas que ahí ves.
-Mire, mi señor, que no son ovejas, sino turbamulta de gigantes prestamistas, caterva de leguleyos, alcaides marrulleros, pregoneros a sueldo de embaucadores, jueces tardones y enredadores, todos bajo esas contrahechas figuras, y todos con triste fama de servir a grandes señores solamente. Así pretenden rehuir la fuerza de vuestro incansable brazo.
-Pues agora te digo, mi fiel escudero, que por primera vez en mi vida, dudoso estoy de poder doblegar a tantos malandrines de consuno.