Antonio Rodríguez Almodóvar y Sara Rodríguez demuestran en Cuentos para casi todos que con la palabra basta. Hay, y a veces para bien, mucha sofisticación en los espectáculos para niños, pero, al fin y al cabo, en la escenificación de cuentos tradicionales que han superado el veredicto del tiempo casi no hacen falta aderezos: con muy poco, con saber modular la voz y no ser tímido en exceso, uno puede meterse a los niños en el bolsillo, hacerles reír, cantar, que pregunten incesantemente por la siguiente historia, por la posibilidad de otro nuevo vuelo mágico. El medio pollito, La boda del tío Perico o La niña del zurrón fueron algunos de los cuentos que Antonio y Sara pusieron en escena a partir de sus cuerpos y voces, logrando que la imaginación de los pequeños completara la propuesta y le ofreciera solidez al invisible atrezzo, al zurrón, a la haba mágica, a los regalos de San Pedro o a los animales de la granja y el bosque. Al amor de la lumbre o sobre el escenario, siempre se trató de lo mismo: de la confianza en el espectador. 

Así, y aunque prime la palabra, en Cuentos para casi todos Antonio y Sara no leen sino que "dan a ver", recorriendo el escenario y metiéndose en la piel de cada uno de los protagonistas de unos cuentos que, afortunadamente, se respetan en su peculiaridad léxica y su escasa corrección política. Y esto es siempre sano en nuestros días virtuales e higienizados, donde la mediación tecnológica pospone sine die los necesarios encuentros con lo real. Nada mejor para ello que la iniciación a través de los cuentos sobre los que Rodríguez Almodóvar lleva tanto tiempo trabajando. 

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